El comandante Fidel Castro: medallas de oro, pero puño de hierro
Aunque los resultados deportivos lo marcaron como el más grande dirigente en la historia de su país, su mano de hierro condenó los sueños y familias de centenares de personas.
Durante los últimos años de su vida fue costumbre verlo apoltronado en un sofá, aún con sus deshilachadas barbas blancas y con sus ojos de rebeldía, siempre enfundando una sudadera Adidas, de marca imperialista, pintada con los colores del último bastión del socialismo revolucionario en el Caribe.
Así fue la relación de Fidel Castro con el deporte. Una relación llena de contradicciones entre las medidas estratégicas todas para el desarrollo en esta área y la forma como sus deportistas debieron sacrificar su independencia y muchos de sus sueños para poder entrar en el régimen.
Todo empezó el primero de enero de 1959, cuando un entonces robusto y vigoroso Fidel Castro entró a La Habana acompañado por un centenar de barbudos que le hacían de escolta, mientras que el pueblo cubano se rendía a sus pies como el gran salvador.
Faltaba entonces poco más de un año para la celebración de los Juegos Olímpicos Mundiales de 1960, en la ciudad italiana de Roma. Era la primera oportunidad que tendría el régimen revolucionario de impactar al mundo del deporte con real contundencia.
Intervención al deporte
Hasta ese momento en la isla del Caribe había tenido algunas participaciones con saldo de 5 medallas de oro, 4 de plata y 3 de bronce, producto de 7 participaciones olímpicas. Sin embargo, lo más grave es que la última medalla se remontaba a 1948, once años antes de la marcha victoriosa de los rebeldes.
Fue en ese momento en que Castro se dio cuenta de que un régimen que se preciara de su condición de desarrollo social, como pregonaba el movimiento revolucionario, no podría ser inferior a nadie en el tema del deporte.
“Es relativamente muy poco lo que un gobierno burgués, oligárquico, proimperialista, puede hacer por el deporte”, dijo con voz encendida años después al describir el éxito que luego tendría Cuba en materia deportiva.
Así midió su realidad con los Olímpicos entrantes y se dio cuenta en que condiciones estaba Cuba con respecto a los demás países de la región, contra quienes pudiera llevar una rivalidad. Nada pudo ser más lamentable y explícito.
Con una delegación apenas conformada por 9 hombres y 3 mujeres, Cuba no pasó de desfilar con la bandera revolucionaria en tierras transalpinas y se vino con las manos vacías: sin medallas de ninguna clase. La cuenta de años sin medallas se elevaría por lo menos a 20.
El problema era que en Cuba nadie practicaba deporte, pues la población que tenía acceso a esto era muy poca. Tampoco había programas de entrenamiento y sinceramente la gente prefería ganarse la vida a entrenarse. Además, los pocos atletas de alto rendimiento, no vivían en la isla y eran aprovechados para los espectáculos de otras naciones.
Fue allí cuando el Comandante, como le decían sus subalternos, decidió tomar varias determinaciones: "Se promovió la diversificación en el deporte, que incluía el desarrollo de aquellos en los cuales se carecía de tradición y experiencia en el país”, explicó varios años después.
Batazo al Béisbol
Aunque sonase encantador, estas medidas tenían su lado oscuro. Cómo pronto lo descubrió la fanaticada del béisbol, que vio como en la temporada 1962 el torneo profesional de Cuba desaparecería para no volver, al menos hasta la fecha.
“En lo sucesivo sólo habrá deportes dignos de una patria socialista, sin explotaciones del hombre por el hombre, sin sueldos imperialistas, sin contactos con sociedades capitalistas que corrompen a los hombres y al deporte”, expresó José Llanuza, títular del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, creado el 23 de febrero de 1961.
Ante esto, una gran cantidad de peloteros cubanos decidieron abandonar la isla, en busca de probar suerte en las Grande Ligas de Estados Unidos. Muchos, se convirtieron en estrellas legendarias de la MLB.
Esto desató la ira del régimen, al considerar que lo mejor de sus país estaba siendo usufructuado por el capitalismo enemigo, y lo peor de todo con el consentimiento de sus propios atletas. Fue allí que en los años posteriores, quien repitiera este comportamiento no sería más que un desertor y traidor a su patria.
Y fue allí, cuando empezaron los abusos y los momentos más oscuros del deporte cubano.
Noqueando con las medallas de Teófilo
A la actualidad, Cuba sumó 72 preseas de oro, 65 de plata y 71 de bronce tras la intervención de Castro al deporte de su país. De lejos, Cuba es considerada como una de las potencias panamericanas en las múltiples disciplinas deportivas alrededor del mundo.
Pero muchos fueron los que debieron pagar el precio, como el caso del boxeador Teófilo Stevenson, considerado como el mejor peso pesado aficionado de todos los tiempos y ganador de tres medallas olímpicas de oro en el boxeo: en Múnich 1972, Montreal 1976 y Moscú 1980.
Un deportista ‘consentido’ por Castro. Pero por ese cariño, tuvo que pagar un precio muy caro. Teófilo, además de nunca poder realizar un combate contra Muhammad Alí, a quien se cansó de retarlo para definir quién era el mejor boxeador del mundo, también dejó escapar dos medallas olímpicas más por cuenta de la terquedad de Fidel.
Castro ordenó “boicotear” los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984 y Seúl 1988, al considerar los organizadores enemigos del socialismo. Aunque para los Juegos de Estados Unidos se logró la sumatoria de varios países, para los de Corea del Sur apenas y se sumaron Corea del Norte, Angola y Nicaragua.
Un tema de orgullo, dejó a Teófilo encerrado en el pequeño apartamento que le regaló el socialismo, que lo dejó mirando al techo en los últimos años de su carrera.
Se ponchó viéndola pasar
Resulta difícil digerir que un hombre que jugó béisbol, fue lanzador y que además fue escogido como deportista del año en el colegio que se formó, pudiera expresar tal grado de crueldad como el que mostró Castro al estelar pelotero Rey Vicente Anglada.
Todo pasó en 1982, justo en el mejor momento de Vicente. Fue en un día cualquiera cuando su amigo y compañero de la novena Bárbaro Garbey le dijo que se iba a los Estados Unidos, que se escaparía de la isla y que buscaría en las Grandes Ligas el sueño americano.
“Le pregunté por la familia, pero me respondió que ya lo había pensado todo muy bien. Entonces le di un abrazo y le deseé todo lo mejor. Eso fue todo”, recordó muchos años después.
Anglada, segunda base estelar de los Industriales de la Habana, fue apresado dos años y ocho meses, además de ser tildado de ‘criminal peligroso’, solamente por escuchar a un amigo. Nunca se le comprobó una participación en algún otro crimen.
Además, Castro ordenó que fuera suspendido permanente de su carrera deportiva y sus récords borrados de las estadísticas del béisbol cubano.
Décadas después, se reivindicó su condición y hasta fue mánager de la Selección de Cuba, pero el daño quedó para siempre.
No hay espacio para el amor, camarada
Y es que la lealtad a la patria tiene que estar por encima de todo, del cariño al amigo y de incluso el amor a la pareja. Como lo descubrió en su momento Taismary Agüero.
Taismary era todo lo que se podría esperar de una voleibolista cubana: amaba a su país, lo representaba con altura y sobre todo obtenía victorias constantes.
Agüero, gracias a su potente saque, ganó 12 medallas con la selección cubana, entre los años 1995 y 2000, incluidas las preseas de oro en las Olimpiadas de Atlanta 19996 y Sydney 2000.
Fue en ese vaivén por el mundo, que conoció el amor al quedar flechada de un preparador físico de un equipo italiano. No lo pensó dos veces y se casó, se quedó a vivir en Italia y se ahorró el esfuerzo de pedir permiso para todo esto. Sentía que era algo ganado por los servicios a su patria y además sabía que le dirían que no.
Así pasaron los años, con el natural rótulo de desertora, Taismary se conformó con el contacto telefónico con su madre, quien al paso de unos años enfermó y entró en estado grave de salud.
Fue en ese momento, que Agüero pidió permiso para visitar en su lecho de moribunda a su progenitora. La respuesta no pudo ser más concluyente: no.
Años después, Tasmary se nacionalizó italiana y jugó con ese país.
“No permitamos jamás que los traidores visiten después el país para exhibir los lujos obtenidos con la infamia”, fue escrito del puño y letra del Comandante, años más tarde.
Nadie podrá descartar los resultados obtenidos por Fidel Castro: Cuba, su país socialista y caribeño, pasó de ser nada en el deporte a ser símbolo de campeones mundiales y plusmarquistas. Pero la pregunta siempre se mantendrá: ¿fue precio bien pagado tanta crueldad por unas cuantas medallas?